El Renacer en las Aguas del Narcisista
Un Real Encuentro con la Tribu de Luz Purificada por el mar.
Seguro que conoces esta historia o te ha pasado algo similar…
Imagínate sumergida en el océano del tiempo, donde las olas de la vida ya no llevaban relaciones a tu orilla. En lugar de eso, te dedicaste a sanar, navegando en las profundidades de tu ser, ocupándote de lo verdaderamente importante. Aprendiste a quererte de una manera tan pura y luminosa que tu resplandor enseñaba a los demás cómo debían amarte.
El mundo submarino comenzaba a sonreírte, y un día, como un coral exótico emergiendo de las profundidades, apareció un amor. Alguien fuera de serie, un ser marino que parecía encarnar todo lo que siempre habías soñado pero que creías imposible. Sospechabas que no podía ser tan mágico, algo debía estar mal… pero sus palabras de amor continuaban.
En las profundidades azules, te hacía sentir merecedora; llegaron serenatas de ballenas, dedicatorias de peces luminosos, bonitos detalles como perlas escondidas en conchas, lágrimas por tu amor y la distancia, pues teníamos origen en mares diferentes aunque quería quedarse, no estaba disponible para hacerlo, un cruel destino interponía una distancia entre ustedes. Por ello nadaste hacia atrás porque no querías perderte, pero aquella voz suplicante, quebrada, con lágrimas en el rostro como la lluvia que caía sobre él cuando navegaba por la superficie, te decía: "Esto es real, te amo y lo que hablan ahora son tus heridas. Nos pedimos al universo y somos el amor que estábamos esperando. Si ahora mismo me muriera, atravesaría portales y desafiaría todos los mares. Yo te amo y suplico que todo se acomode para estar a tu lado. Esperándote toda mi vida, ahora todas las melodías cobran sentido.
Y así, sumergida en las aguas cristalinas del amor, después de tanta declaración a la que no podías negarte, el universo del mar te observaba y no podías negar sus regalos... sin tomar perspectiva, dijiste un gran sí. Un sí que se arremolinaba en las corrientes subacuáticas como un hechizo antiguo, comenzaste a nadar en esa corriente de algas danzantes y corales chispeantes, donde diste todo tu amor.
Por primera vez te entregabas libremente, flotando en la calidez de sentirte inmensamente amada en todas tus formas. Empezaste a ver nuevos colores, un caleidoscopio de tonalidades que transformaban el mar en un paraíso surrealista. Frente a ti estaba un ser fascinante, sabio como un viejo Tritón, inteligente como un delfín, con historias que sanaban, encuentros, despertares, leyes de todos los mares, historias mágicas como perlas de sabiduría en las conchas de su vida. Una vida en la que sufrió mucho, pero que no lo doblegó; decidió seguir siendo bondadoso, amable ... Aquella persona salvadora y tan querida por muchos mares, también te quería a ti…
De pronto, la marea cambió. Necesitaba tiempo de silencio, decía, su sufrimiento por la distancia era un tiburón silencioso, acechando en las profundidades. Comenzó a hablar sobre la paz y sus prácticas, como una sirena cantando al amanecer, porque eso era lo que necesitaba en ese momento. Te culpaba de no aceptarlo, de no sentirte merecedora. Sus palabras se convertían en anclas, hundiéndote en el lecho marino. Manifestaba sentirse muy adolorido alejándose cada vez más porque tú no te sentías suficiente, no te sentías merecedora. Para él, era agotador tener que nadar por ambos y convencerte. Era doloroso ver cómo el amor de su vida aún no estaba convencida de esta historia, todo era pesado para el, tan grande era su dolor que necesitaba espacio, tiempo…
Y así llegó el momento de su plan de llevarte a las profundidades, socavar tu autoestima y envolverte en una neblina de confusión que te hacía cargar con la culpa. Te convertías en la arquitecta de la destrucción del amor, observando cómo se deslizaba entre tus dedos como arena fina. Él, en su búsqueda incansable de merecimiento, nunca mostró compasión. Tras el silencio, cuando probablemente estaba seduciendo a otra alma noble, regresaba a ti. Lo hacía con palabras de rescate, aferrándose a ti como un náufrago a su última tabla, tras haber escuchado en un templo submarino cómo los dioses confirmaban que tú eras la mujer con todas las respuestas. Aquella mujer que había estado a su lado en otra vida y que finalmente había reencontrado, volvía a ti para quedarse.
¿Cómo no sucumbir de nuevo a ese amor? Ahora, te esforzabas por preservar cada fragmento sin sacrificar lo sagrado. Te entregaste con una ternura profunda, pero una vez más, la máscara cayó. Reconocerlo fue doloroso; en ese descenso, sentiste vergüenza, desilusión y un desamor profundo, incluso hacia ti misma. Sin embargo, él no había previsto el plan del universo: un lago de conexiones que parecían desvanecerse se estaba activando cuál esperanza silenciosa.
Mientras Yo descendía más profundo, el agua se volvía más densa y la presión aumentaba, pero no sentía miedo. Cada metro que bajaba, mi mente se despejaba de las sombras que la habían cubierto. Podía sentir la presencia de criaturas marinas que se movían a mi alrededor con una calma majestuosa, como si fueran guardianas de un secreto antiguo que solo las almas puras podían entender. Las medusas, con sus tentáculos luminosos, danzaban a mi alrededor, formando patrones efímeros que iluminaban mi camino hacia la verdad interior y un idioma que apenas reconocía.
Bajo la superficie, el tiempo parecía detenerse. No había prisa, solo una eterna serenidad. Me encontré en una caverna submarina, adornada con corales brillantes y anémonas que se movían al ritmo de las corrientes. Cuando comenzaba a apagarse por completo mi mirada, pude entrever en el centro de esta caverna, un espejo de agua clara, reflejando una versión de mí misma que parecía más sabia y fuerte. Me acerqué y toqué ese espejo nítido, sintiendo una conexión profunda con la imagen que veía. En esas profundidades del océano, donde la luz del sol apenas llega y el silencio es absoluto, me encontraba flotando en un estado de introspección. Cada burbuja de aire que escapaba de mis labios se elevaba con una gracia hipnótica, un recordatorio de que, aunque me encontraba sumergida en la vastedad del mar, la vida continuaba. La oscuridad azulada me envolvía, creando un capullo de tranquilidad y aislamiento donde podía recoger cada pedazo de mi ser roto y desmembrado.
En este lugar místico, entendí que era una víctima, una sobreviviente. Los trozos de mi corazón roto comenzaron a flotar a mi alrededor, cada uno iluminado por una suave luz dorada. Uno a uno, se acercaban a la luz que emanaba mis manos se unían con alquimia pura, cual Kintsugi acuático, mis fragmentos se unían con una mezcla de luz, colores y aromas que emanaban de mi alma y mi destino, las páginas, las memorias y otros tesoros que había perdido estaban ahora junto a mi, los guardé en un saco de algas.
De pronto la voz de mi hija resonó en mi mente, clara y alegre, como una campanilla que despierta los sentidos. Sus risas eran la cuerda que me tiraba hacia la superficie, recordándome que la vida me aguardaba con nuevas promesas y esperanzas. Sus pequeños piececitos chapoteando en el agua, su risa era la banda sonora de mi resurgir.
Bajo la bóveda celeste, pasaron muchas lunas como cuentas en un collar celestial. Todo en el cosmos se alineaba con precisión milenaria para el eclipse solar que pronto pasaría sobre su cabeza. Ni la vara del océano, con sus caprichosas mareas, podría desviar el propósito de este evento cósmico. Durante cinco horas, el eclipse se desplegó majestuoso en el cielo, tejiendo un velo de sombras sobre el narcisista marino. Él intentó en vano interpretar a su favor los designios del eclipse, buscando significados ocultos en las sombras que danzaban en las olas y se entretejían con los corales. Pero incluso en la oscuridad transitoria, cada sombra llevaba el sello ineludible de su destino eclipsado. Algunos afortunados vislumbraron su verdadero rostro conforme la luz del sol comenzó a reaparecer, revelando la verdad inexorable que ya estaba decretada por el universo.
Muchos contemplaban el eclipse de forma serena, yo los veía mientras ascendía, sus cuerpos irradiaban esperanza e impulsaban la mía, este regalo del cosmos que de pronto oscureció todo traía consigo una melodía que parecía eterna, la oportunidad de abrazar nuestra esencia pura en el silencio presente. La luz que apagaba la oscuridad nos llamaba a sostenerla, como faros en la noche, guiándonos hacia un entendimiento más profundo de nosotros mismos y del mundo que nos rodea.
Ascendí lentamente, cada brazada era un acto de fe, un baile hacia una nueva vida. Sentía la purificación del agua del mar, lavando todas las cicatrices del pasado. La claridad aumentaba con cada movimiento, permitiéndome ver a otras criaturas marinas, hermosas y valiosas, que también nadaban hacia la luz. Compartíamos historias sin palabras, entendiendo que nuestras luchas eran las mismas y que juntos éramos más fuertes. La luz del sol comenzaba a penetrar, formando rayos dorados que parecían guiarnos. Recordé las palabras del narcisista que me llevo a las profundidades diciendo que los troncos a la deriva eran llevados por el río hasta perderse en el océano. Yo no era el tronco, ni el río, sino el océano mismo junto a esas criaturas que ascendían. Un océano inmenso, profundo y lleno de joyas por descubrir.
Emergí a la superficie, sintiendo el aire fresco en mi rostro. Respirar parecía doler al principio, pero era un dolor dulce, el precio de la libertad. A mi alrededor, más cabezas asomaban, otras almas valientes que habían decidido luchar y emerger. Un bote se acercaba lentamente, en su costado había una frase inscrita: "Cuando la luz brilla, la oscuridad desaparece".
Bajo el dominio del mar profundo, mientras ascendían todas, el ser marino Narcisista se erguía como un coloso entre los abismos, su irá aumentaba ante la fortaleza de cada una que se asomaba a la superficie, pero ninguna lo miraba, era como si el eco de su voz se hubiera apagado. Así su ego inflado como velas hinchadas por el viento se aferraba a todo lo que había soñado, ser el amo del océano, acumulando en su barco magistral todos los tesoros que sus ojos codiciosos podían alcanzar. Perlas lustrosas, gemas radiantes, y reliquias ancestrales llenaban sus bodegas, se escuchaba su profundo placer, su risa perversa aparentemente alegre, quería confundir a sus antiguas víctimas con el disfraz de su abundancia, les invitaba a danzar en privado clavadas en la joya ubicada en medio de su poderoso cuerpo esculpido con poca gracia. Su deseo era ser admirado colectivamente desde sus ojos extraños hasta sus agujeros más profundos.
Con todo eso cual depredador, ninguna riqueza podía calmar la sed insaciable de su ambición, ni la de su falso erotismo, pedía más y más con sus piernas alzadas al cielo exigía… gritando “lo merezco todo!”Estoy aquí frente a ti, escucha mis ordenes y toma todo ahora, estas bendecida por mi joya celestial porque yo y solo yo tengo la vara del océano y por eso me regala todas sus riquezas y a ti la más hermosa amante, a quien amo y espero desde siempre.
Pero luego cuando esa amada dormía, su voz tirana como un susurro le decía: te tiraré al mar cuando yo lo desee, esperando que me supliques placer, el único que solo poseo por ser el hijo de los mares, porque yo sacrifique mi vida por amarlo solo a EL, lo seduzco con mi amor para que me entregue todo lo que quiero y solo a mi lado podrás encontrar la plenitud, tu abundancia, y tu luz conectada solo con la mía eternamente como un amarre oscuro de mi deseo, me rogarás y yo dejaré que te hundas con mi desprecio, veré desde la proa como te hundes y volveré a sacarte cogiendo tus hermosos largos cabellos que aun se asoman en la superficie para hacerte tragar las quejas que nadie escucha porque los he dormido a todos y te ordenaré que pronuncies mi nombre como único alimento de tu existencia. Sin mi no eres nadie, nada, y toda tu luz es solo mía. Lo merezco todo!
Pero muchas comenzaron a huir heridas, se lanzaban voluntariamente al mar aunque no supieran nadar, antes de que el tirano lo hiciera… a lo lejos, el barco de la luz las recogería más tarde.
En su orgullo desmedido, esculpía máscaras nuevas con cada marea, ocultando detrás de ellas la fragilidad de su espíritu. Palabras grandilocuentes resonaban desde su boca, palabras que enredaban y desconcertaban a aquellos que todavía se atrevían a navegar a su lado. Pero a medida que reforzaba los anclajes de estas máscaras, se perdía en un laberinto de identidades falsas y vacías… había una gran confusión.
La soledad lo abrazaba como una corriente fría y constante. A pesar de estar rodeado de tesoros, se sentía miserablemente vacío. Sus riquezas se volvían pesadas como lastres aburridos en su barco, que ya no podía surcar las aguas con la misma majestuosidad de antaño. Los susurros del mar hablaban de su desdicha mientras el jadeaba de tanto placer macabro, bajo la presión de su propio peso, el barco magistral se estremeció y estalló en un estruendo ensordecedor
El cataclismo atrajo a las bestias marinas más temibles del océano, criaturas voraces y feroces que devoraban los restos del naufragio con indiferencia. Los fieles eternos del narcisista, ahora se encontraban perdidos en las aguas peligrosas junto a él. Voces herederas desgarradoras se alzaron entre las olas, el lamento y la confusión se entrelazaron en un coro trágico que resonó a lo largo de la costa. En la oscuridad de su propio laberinto, sin comprender el tumulto de las corrientes que envolvían su ser, bajo un cielo donde las estrellas se reflejan como luciérnagas en el agua cristalina, el marino narcisista se sumergió en la oscuridad de su propio laberinto, en una búsqueda desesperada de los tesoros perdidos. Aunque luchaba con toda su fuerza oscura, su placer se volvía cada vez más flácido, su poder desvaneciéndose ya no se erguía mientras entre gritos lo reclamaba. Desde la distancia, nuestros corazones espectadores resonaban con compasión, aunque sabíamos que no podíamos intervenir para restaurar lo que él mismo no deseaba sanar.
Con paciencia subí al bote, llevando conmigo mi saco de tesoros, trozos de mi alma que habían sido lavados y purificados por el océano. Estos trozos, livianos y brillantes, eran mi nuevo yo, una versión que había encontrado fuerza en la vulnerabilidad y luz en la oscuridad. Al mirar a mi alrededor, vi más y más seres asomando a la superficie, esperando subir al bote que navegaba con sutileza, cada uno con su propio saco de tesoros, y sentí una profunda conexión con ellas, con ellos. Guiados por la luz dejando atrás a la oscuridad, reemplazada por un resplandor dorado que prometía un futuro lleno de posibilidades. Mientras navegábamos, sentía la presencia de mis compañeros de viaje, cada uno con su propia historia de lucha y redención. Juntos y un profundo amor formábamos una tribu de luz, unidos por el deseo de vivir plenamente y con propósito.
En este viaje surrealista y mágico, entendí que el universo siempre tiene un plan, incluso cuando todo parece perdido. La luz interior, esa chispa divina que todos llevamos dentro, es lo que nos guía de regreso a la superficie… a la vida!
Somos almas capaces de transformar el dolor en sabiduría y el sufrimiento en amor con movimientos sutiles y llevar esta voz con amor a una revelación más grande, un amor verdadero, uno que comienza en tu propio corazón.
Y así, el amor propio se convertía en la perla más preciada, escondida en la Vieira de tu ser, esperando a ser descubierta y valorada por el verdadero resplandor de un espejo limpio y con voz nítida y armónica cantamos: cuando la luz brilla, la oscuridad desaparece.
Imágenes creadas por ia
Dedicado a las víctimas y sobrevivientes del Narcisismo y en especial del “Narcisismo Espiritual Encubierto”, para ampliar la conciencia sobre esta silenciosa plaga psicopática que destruye innumerables vidas de forma astuta y encubierta vestidos de falsa bondad.